EL CEMENTERIO DE LOS LIBROS OLVIDADOS
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Todo sobre la memoria... [Entrega semanal]

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Mensaje  Invitado Mar Sep 22, 2009 10:03 pm

Capítulo 1 - Piloto


Mi nombre es Carla, mi vida era perfectamente normal; hasta hoy. Tengo un marido que me adora y una hija que me... bueno, que me mira al menos; adolescentes, qué os voy a contar. El caso es que esta tarde he salido de la oficina, cansadísima como siempre, y he cogido el atestado autobús que me ha llevado, junto con la mezcolanza de olores, y no precisamente a lavanda, hasta mi hogar. Pero no es mi dulce hogar, ¡oh, no! En cuanto entré tuve que gritarle a mi hija que bajara un poco la música, sí ahora le ha dado por la música heavy metal y a mí me mata, sinceramente no encuentro nada bonito en esas voces guturales que... en fin, qué os voy a contar que no sepáis. El caso es que después de bajar la música, gruñir cuando he pasado por su lado y echarme una mirada de "Cuando te tenga que meter en una residencia no voy ni a pestañear siquiera" se marchó a casa de una amiga y yo me encerré en mi habitación. Después de mirar mi horrible aspecto en el espejo me metí en el baño y llené hasta arriba la bañera, sí ya sé que no es bueno derrochar tanta agua pero tampoco es bueno trabajar y aquí estoy yo ocho horas diarias, según mi jefe por supuesto, torturando mi cuerpo. Me desnudé y me sentí tan ligera como si el traje de chaqueta estuviera hecho de plomo y de repente me vi sumerjida en el agua. Eché dos bolitas de sales minerales del Mar Muerto, regalo de mi gran amiga Elena, y dejé que el agua cubriera hasta mi cuerpo. En esos momentos piensas: "¿Y si me dejo estar aquí unos minutos y acabo con todo?". Pero en ese instante ni siquiera me permití ese pensamiento, dejé mi mente en blanco y me dejé llevar por los insondables laberintos de mi cerebro. Encontré muchas cosas inútiles y también recuerdos que creía perdidos, sí esos recuerdos que todas las mujeres de más de cuarenta años tenemos de cuando nuestra vida giraba en torno a nosotras mismas y no hacia nuestra familia. Y pasaron los segundos hasta que el inconsciente se dio cuenta de que no respiraba y me sacó a flote. El agua se incrustó en mi larga y rubia melena y los dos fueron uno, sí ese efecto de pelo apelmazado que siempre da el agua, horrible pero muy reconfortable. Cogí el mp3 del taburete que tenía al lado de la bañera y me puse mis canciones Chill Out en un intento de relajarme de la jornada tan estresante que me había tocado vivir ese día. Las notas de un arpa y una flauta me llevaron a otras tierras de silencio y... silencio más que nada. Y entonces mi marido abrió la puerta del baño y vi como su boca se movía frenéticamente, no al ritmo de la música lo que hubiera sido más que hilarante sino más bien como si estuviera escuchando la música que minutos atrás llenaba mi casa. Y entonces respiré profundamente, "¡mi vida era un asco!". Llevé mis manos cubiertas de una espuma blanca y me quité los auriculares a tiempo de escuchar:

-¿...Vale?
Por supuesto, no lo sabía. Ni lo había escuchado ni tenía ganar de hacerlo así que asentí con cara de poker, ese rostro que dice "Sí y no, bueno y malo". Él me miró, seguramente pensando si lo había escuchado, pero la neurona dijo que sí y me dejó en paz; ¡Hombres! Gracias a Dios la inteligencia no era el mayor fuerte de mi marido, ahora en fútbol y derivados era el número uno.
Suspiré y me pregunté de nuevo: "¿Por qué me casé? Con lo bien que estaría yo sola". Pero ya no había vuelta atrás, ¡qué lástima de vida! Nos pasamos los primeros veinte años deseando tener a alguien a nuestro lado y los siguientes ochenta deseando no haberlo deseado, ¡así somos los seres humanos!

Me incorporé de la ducha totalmente desnuda y mi marido me miró con lascivia; ¡Oh, no!, pensé, ¡este tiene ganas de jarana! Y como yo no tenía, ni tengo desde hace mucho tiempo, pues me tapé de arriba a abajo con una toalla que hubiera sido aprobada por el mismísimo Vaticano; por lo menos a mi marido se le quitó esa cara de bobo que decía: "¡Sí, nena!".

Le dije a mi marido que fuera haciendo la cena, cosas simples como pizza o algo así porque lo demás era alta cocina para él, y me tumbé en la cama maldiciendo el día en el que nací, por decimoquinta vez ese día. Y entonces la vi, la carta que brillaba con luz propia encima de la mesita de noche. La curiosidad me pudo y la cogí entre mis dedos; no tenía remitente e iba dirigida a mí.

-¡Cariño! -grité- qué es esta carta.
-Te he dicho antes que había llegado -me gritó él.
Claro, yo tenía los cascos puestos así que no lo escuché. La abrí con delicadeza ya que no me gustaba romper los sobres y al cabo de unos pocos segundos deslicé mis ojos sobre el folio que descansaba en su interior.

-¿Pero qué...? -logré a decir.

No lo supe en ese momento, pero me embarqué en una aventura en la que descubrí más de lo que jamás hubiera querido conocer...

Continuará...


[Bueno, como sabéis esta será una entrega semanal así que decidme si os gusta, opiniones y demás cosillas, jeje. Será como una serie y como es cortita no lleva mucho tiempo leérla]


Última edición por Conde1988 el Miér Sep 23, 2009 8:33 pm, editado 3 veces

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Mensaje  Enma Dávalos Miér Sep 23, 2009 2:51 pm

[Como todo lo que creas..., muy interesante. Detecto algunas incorrecciones (sino no sería yo) en puntuación y comas. Se ve perfectamente tu personalidad reflejada en Carla...,je,je. Me has dejado con ganas de más. Felicidades por esta nueva creación!!!!!]
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Mensaje  Penélope Aldaya Miér Sep 23, 2009 5:19 pm

Yo también me he quedado con ganas de más. Lo has dejado en el momento más interesante, que pillo eres... Wink . Me hace gracia la personilidad de Carla, toda marujona y "jartica de vida". A ver qué pasa en la próxima entrega, estoy en ascuas... bounce bounce bounce
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Mensaje  Invitado Miér Sep 23, 2009 9:33 pm

[Segunda entrega, como es la primera semana de la serie vamos a echar sesión doble, jeje] [Veréis que los personajes están basados en dos series super famosas, jeje; al menos en la psicología]

Capítulo 2 - ¡Ah, qué interesante!


-Hola Carla, tú no me conoces pero yo a ti sí, y quiero que sepas que jamás olvidaré lo que hiciste y que desde entonces vivo para que sufras lo que yo sufrí. Tantos años, tantos planes y al fin puedo decirte... ¡prepárate para el infierno! ¿O acaso ya estás en él? Pronto sabrás de mí.
-Chicas, ¿alguien tiene hambre? -preguntó Elena.
-¿Cómo puedes pensar en comida cuando a tu amiga la están amenazando de muerte? -dije yo airada.
-Bueno, no a todas se nos pone el culo como una plaza de toros cuando comemos... -Y me miró entornando los ojos.
Palidecí al instante. Cuando Elena te mira es como si te dijera: "Aún hay guapas, querida, no todas hemos sufrido un embarazo y nos hemos hinchado como un globo". Su pelo moreno y ondulado le llegaba a las caderas, tan anchas como mi muñeca, y sus ojos de color avellana le proferían a su rostro de facciones elegantemente esculpidas aún más belleza. Sí, es de esas mujeres que al mirarlas te dan asco de lo guapas que son... ¡pero era mi amiga y yo la quería! Añadiendo algo más a sus muy elevadas virtudes era el buen gusto a la hora de vestir, ropa carísima y de marca que yo no podía ni mirar por temor a que me hicieran pasar la tarjeta de crédito por posar mis ojos. Pero ella tenía dinero suficiente, su padre era el dueño de los hoteles Delefortrie, tan lujosos que estaban entre los cien más caros del mundo. En fin, qué queréis que os diga, hay gente que nace para vivir bien mientras otras nos tenemos que conformar con sobrevivir. Y os preguntaréis, ¿cómo conoció la pordiosera esta a la Venus que nos ha descrito? Pues esa es otra historia y quizás la cuente más adelante.
-Por favor, no os peleéis, no os pega -respondió Cayetana.
Esta era más normal, vulgar, como todas las mujeres del mundo. No iba de mercadillo pero tampoco le hacían reverencias cuando pasaba por Prada, tenía dinero para unos caprichitos pero poco más. También tenía un marido, pero le faltaba un hijo. Lo peor es que no sabía que eso era lo mejor que le podía haber pasado en la vida. Sus ojos eran azules y su pelo cobrizo, además de una figura no demasiado delgada pero tampoco haciendo alarde de exceso de grasa. Ella me hacía parecer más normal. Era muy educada y trabajaba conmigo en la oficina solucionando los problemas de los clientes.De hecho, yo entré en la empresa gracias a ella; sí, el famoso enchufe español.
-No nos peleamos, es divertido, ¿verdad? -preguntó Elena.
-Claro -respondí con una sonrisa en los labios. Mentía.
-¿Y quién crees que puede ser? -preguntó Marisa.
Ella fue al grano, como siempre hacía. De ojos marrones y pelo canosos; sí, se puede tener canas a los cuarenta. Era una mujer segura de sí misma y eso le hacía poseedora de un atractivo que ni Elena era capaz de ensombrecer. Su vestimenta siempre era sencilla pero a la vez elegantísima, nada que ver con las extravagancias de mi amiga Elena. Trabajaba como agente inmobiliaria en Madrid, aunque muchas veces tenía que viajar por toda Europa. Claro, el suelo iba en consonancia, pero ya estaba bastante cansada de tanto viaje. Yo, al contrario, estaba cansada de tanto estar en casa. Como siempre, todo el mundo quiere lo que no tiene.
-Ojalá lo supiera -dije yo.
Todas estábamos en una cafetería tomándonos un refresco antes de volver a nuestras casas. Era fin de semana, pero para las amas de casa como yo eso no suponía vacaciones.
-¿Y cómo te encuentras?
-No sé cómo sentirme, sencillamente no sé si es una broma o simplemente es alguna estupidez y pronto van a salir las cámaras de televisión diciendo: ¡Inocente, inocente!
-A lo mejor se han equivocado.
-¡Pero qué dices! -respondió con prontitud Elena-, si pone su nombre.
-Intentaba darle ánimos Elena -Suspiró.
-Ah, lo siento. Quizás sí va dirigida a otra.
-Muchas casualidades -respondí yo-, pero la verdad es que yo no he hecho nada a nadie para que alguien sienta eso por mí.
-A lo mejor es la zorrona a la que le quitaste la plaza del parking el otro día, estaba bastante enfadada. O quizás el buenorro ese que me comió con los ojos y al que tú le dijiste que eras mi novia.
Todas reímos la ocurrencia.
-No te merecía Elena -respondí yo.
-Tenía buen culo, una mirada de ensueño y un pene; ¿qué más quieres?
-Elena, por favor, tienes más de...
-Ni se te ocurra decir mi edad o publico o vas a tener que mandarme telegramas desde el polo norte de la patada que te doy.
-De acuerdo, digamos que eres bastante madura para fijarte sólo en el físico de las personas.
-La vida sólo se puede vivir una vez, no quiero desperdiciar los años que me quedan al lado de un marido que lo más seguro es que me utilice -dijo con tristeza.
-Pero esas personas sí que te utilizan.
-No, ¿por qué? ¿Por qué son los tíos los que nos utilizan a nosotras? Soy yo la que quiero echar un polvo con ellos y que me quiten lo bailao después. No quiero ser como mi madre, al lado de una persona que nunca estaba ahí, criando a una hija y esclava de una casa.
Elena rompió a llorar y todos nos acercamos a consolarla.
-Elena, tu madre vivió la vida que ella misma había elegido -le respondió Marisa mientras le besaba la frente.
-Pero murió muy pronto, yo no quiero que me pase eso. Y si me pasa, al menos quiero saber que he vivido, que me he llevado todo lo que está a mi alcance en esta vida de mierda que nos dan. Quiero comprar, quiero reir, cantar, soñar, bailar; vivir.
Todas miramos hacia abajo, vivir era nuestro mayor deseo. Si de pequeñas nos hubieran dicho qué queríamos ser de mayores todas habríamos descrito nuestra existencia en la actualidad, y sin embargo ahora que ha llegado simplemente no es suficiente. Y sí, pasan las horas, los días y los años y te das cuenta de que no has hecho nada. Que pronto dejarás la vida tal y como te la encontraste cuando llegaste al mundo. Elena tenía razón y, sin embargo, no podíamos hacer nada para evitarlo.
-Pues la próxima vez que pase un tío bueno dejaré que te mire todo lo que quiera -respondí yo restando dramatismo al ambiente.
Y pasó, ¡oh, cómo pasó! Era un ángel que se había caído del cielo y necesitaba volver a subir, y todas nosotras estábamos dispuestas a llevarlo al cielo si hacía falta. Metro noventa, rubio, ojos verdes, cara perfecta, cuerpo escultural; en fin, lo que nosotras llamabamos un: "Uy, uy, uy".
-Aquí las únicas solteras somos Marisa y yo y Marisa no va a querer dirigirse a él.
-¿Por qué no?
-Porque es mío.
Elena se levantó en ese momento y se subió un poco más el vestido rojo que le llegaba por encima de las rodillas y que mostraba la silueta de su cuerpo. Contoneó las caderas como si fuera una sirena en medio del mar y se paró frente a él.
-¿Qué tal? -preguntó ella tendiendo la mano.
-Bien, ¿y tú? -respondió él con voz de querubín estrechándole la mano.
-Ahora mejor, con un poco de calor.
Sí, todas lo habíamos notado, la temperatura subía cada segundo.
-Me llamo Elena, ¿y tú?
-Javier. Encantado.
Se apartó un poco, parecía con prisa, pero Elena no le dejó salir.
-¿Te apetece que salgamos esta noche?
-No, lo siento, tengo planes -respondió él acalorado.
-¿Y mañana?
-Tampoco.
-¿Y pasado?
-A ver, no voy a salir contigo ni hoy, ni nunca. Soy gay y el que me espera es mi novio que estará conmigo hoy, mañana y pasado. Si me disculpas -respondió antes de abandonarnos a todas.
Elena se quería morir, se le notaba en la cara. Pero se acercó a la mesa y volvió a tomar asiento con toda la dignidad por los suelos. Todas callamos hasta que yo no pude más y dije:
-Salir no querrá salir, pero del armario ha salido como una escopeta.
Todas, incluida Elena, se rieron y al fin todo volvió a la normalidad. De nuevo, la carta ondeaba al viento en la mesa y todas la miramos con inquietud.
-¿Qué vas a hacer ahora? -me preguntó Cayetana.
-Pues esperar, no puedo hacer otra cosa. Sea quien sea quiere que pague por lo que hice y yo no tengo ni idea de qué es lo que hice.
-¿Y qué ha dicho tu marido?
-Palabras textuales: ¡Ah, qué interesante! Y entonces siguió viendo el partido.
-¡Oh! -exclamaron todas.
-¿Y no le pegaste?
-No Elena, no le pegué, mi hija no ve bien que le pegue a su padre; jóvenes.
La risa volvió de nuevo al rostro de mis amigas, pero Cayetana seguía preocupada por algo.
-¿Te pasa algo Cayetana? -pregunté cogiéndole de la mano.
-No, no me pasa nada. Es sólo que Miguel y yo, lo de siempre, cuando parece que sí vamos a tener el hijo mi amiga mensual me dice que no me haga ilusiones.
-¿No habéis ido a ninguna clínica? -preguntó Marisa.
-Sí, eso es lo peor que yo soy la culpable y mi marido me mira como si no quisiera tener hijos.
-Eso no es posible, miguel es muy bueno.
-No es malo, es sólo que... se siente decepcionado.
-Pues nadie se tiene que sentir decepcionado porque tú no eres un útero andante. Si quiere hijos, que los tenga él por su cuenta -respondió Elena.
Todas la miramos sorprendidas.
-Bueno, que no lo tenga con otra tampoco que eso no estaría bien visto. ¿Y si utilizáis un vientre de alquiler?
-No, no hemos llegado a eso. Llévamos tantos años intentándolo y tanto dinero gastado que ya simplemente no quiero pensar en ello.
-¿Y si adoptáis?
-Para mi marido esa no es una opción, él quiere tener un hijo que sea de él. En fin, que queréis que os diga. Poco a poco me doy cuenta de lo poco que nos apreciamos. No sé en qué quedará todo esto.
Todos la miramos entristecidas, sin saber qué decir. Tan sólo le dimos la mano y juntas le transmitimos nuestro pesar. Pero era hora de marcharse porque el sol pronto se ocultaría para dejar paso a la noche. Nos despedimos y yo me marché a casa, que estaba a cinco minutos de mi casa. Me encontré una carta sobre el felpudo, era lo mismo que la anterior. Abrí el sobre sin romperlo por completo y abrí la carta que simplemente decía:

-Dirígete hacia donde todo acaba, donde no hay nada más que hacer...

No era una broma, no lo era...

[Jeje, este capítulo ha sido un poco más largo pero es que ya he introducido a varios personajes y, como en toda serie, pues también tienen vidas personales. Espero que siga igual de interesante y, ahora sí, la semana que viene más].

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Mensaje  Penélope Aldaya Mar Sep 29, 2009 7:33 pm

Ya toca la entrega de esta semana..... Very Happy
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Mensaje  Invitado Miér Sep 30, 2009 8:38 pm

Jeje, voy a cambiar a los sábados si me lo permitís que es muy complicado escribir la historia entre semana...

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Mensaje  Penélope Aldaya Vie Oct 02, 2009 7:55 pm

Conde1988 escribió:Jeje, voy a cambiar a los sábados si me lo permitís que es muy complicado escribir la historia entre semana...

Como guste Conde... king
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Mensaje  Invitado Miér Oct 07, 2009 9:31 pm

Capítulo 3 - Con la muerte en los talones


Corría una brisa helada que ni siquiera me permitía respirar, mis músculos no daban más de sí y mis piernas se movían más por inercia que por iniciativa. Qué leches, esto no es un libro, estaba cagada de miedo y con una persona detrás de mí que había aprendido a correr más que nadie y a apuntar mejor que mi marido; bueno, esto último no es mucho pedir pero sí, es bueno en la cama, porque lo voy a negar. Es curioso, ¿por qué me pongo a pensar en sexo cuando estoy apunto de morir? Quizás porque estaba casi seguro que no iba a estar de nuevo con él ni iba a disfrutar de lo único que me apetecía hacer a su lado desde el mismo momento en el que nos casamos, ¿no? El caso es que estaba corriendo como una loca, pensando en acostarme con mi marido, y de repente me pregunté: "Pero, qué hago aquí". Y rememoré de nuevo todo.

Unas horas antes.

Acababa de recibir aquella carta misteriosa cuando mi marido salió a mi encuentro. Debido a su apasionada respuesta la primera vez que le enseñé algo parecido decidí esconderla en mi bolso y entrar a por él.

-Estamos solos -me dijo él.
-¿Y eso en qué me concierne a mí? -pregunté.
Sí, sé que ahora mismo estoy pensando en acostarme con él, pero en ese momento no sabía que quizás sería la última vez.
-Vamos -respondió tirando de mí y llevándome en volandas hasta la habitación que compartíamos.
-¿Y dónde está...?
-En casa de una amiga -respondió él mientras me arrojaba en la cama y se desabrochaba la camisa.
-No tan rápido soldadito, no quiero un revolcón como si fuéramos simples conejos, con más dulzura.
Para mi marido, la dulzura consistía en besarme dos veces antes de entrar a saco. Y sí, esa vez también lo entendió así. Antes de que me diera cuenta, los dos estábamos desnudos y él ya estaba dentro de mí.
-Sí cariño, ¿cuánto tiempo hacía que no... lo hacíamos? -preguntó mientras seguía con lo suyo... lo nuestro.
Él siempre tiene la manía de hablar en la cama y yo no le he podido quitar esa manía, ¿un trauma de la infancia? Seguro que Freud le echaría la culpa a su madre.
-Mucho -respondí yo entre jadeos.
Tengo que reconocerlo, era bueno en la cama y sabía exactamente lo que me gustaba.
-Si... si... si -y resopló. La batallita había terminado y yo estaba muy cansada, a la vez que satisfecha.
Él seguía dentro de mí. La primera vez me resultó extraño pero después me resultó muy romántico, no era como los demás tíos que simplemente dejaban su semilla y adiós muy buenas. Él, al menos, se encargaba de introducirla bien en el tiesto.
A los pocos minutos se apartó y me miró mientras me acariaba la mejilla. Ya ni siquiera recordaba la carta.
-Será mejor que nos duchemos antes de que venga la guardiana o nos echará una buena bronca.
-Genial, deseando toda mi vida dejar de ser adolescente para que mis padres no me vigilaban y ahora es mi hija la que me vigila.
Los dos nos levantamos, nos duchamos y cada cual se fue a hacer sus tareas. Sin embargo, la carta empezó a latir en el bolso, que ya había colocado en su sitio, y sentí la llamada. Sí, una vocecita que me dijo: "No es tan difícil de descifrar... es un enigma simple". Y bueno, no me iba a quedar con esa vocecita dentro así que cogí el bolso de la mesa y, simplemente, volví a abrir la carta.
Y la luz se hizo más clara que nunca, fue como una experiencia religiosa que ni siquiera ahora puedo explicar bien. En mi mente se formó claramente la palabra, aquel lugar al que tenía que asistir. El cementerio.
Me vestí con rapidez y salí de la casa dejando a mi marido con la palabra en la boca. No estaba para juegos, pero si esa persona quería guerra la iba a tener. Quizás era Elena con una de sus bromas y le iba a cantar las cuarenta. Cogí el coche y me dirigí lo más rápido que pude hacia el cementerio, a unos quince minutos de casa.
Pero si esperábais algo siniestro, no lo hubo. Simplemente llegué y estaba cerrado. Pero empecé a notar algo extraño al acercarme a la puerta, como un zumbido, un tambor; sí, era un tambor. Sin embargo aquella verja decía No entres en el mundo de los muertos y yo dije, qué me van a hacer los muertos. Por supuesto, ninguno de ellos dijo nada cuando entre en su reino; ni voces de ultratumba ni buhos ululando. Sólo el silencio y aquel molesto tambor. Seguí el sonido como si me fuera a llevar a algo y, sin embargo, cada vez estaba más convencida de que estaba loca. El sonido era cada vez más intenso, rodeada de cruces y de ángeles que plañían, en silencio por supuesto, el tambor era como la luz que había que seguir para alcanzar el cielo. Entre aquella oscuridad el tambor me guió por entre las tumbas hacia una en concreto... ¡Victoria Salazar! ¿Quién era esa y por qué me había llevado hasta allí? El tambor provenía de una radio a pilas que había encima. Escuché el sonido de unos pasos y me giré arrepentida de haber violado la intimidad de los muertos, pero allí no había nadie. Sin embargo, sentí más pisadas y me sentía aterrada. Dejé aquella tumba solitaria y caminé en silencio hasta la salida, pero sólo unos segundos... una presencia, más oscura que la noche más tétrica que jamás podríais haber imaginado. Pero no estaba muerta, no, esa persona se movía mejor que tú y que yo juntos.
¿Adivináis hacia quién se dirigía? Exacto, yo era su diana y la pistola que tenía en su mano me miró. Al principio pareció avergonzada, la pistola digo, pero luego se hizo buena amiga mía y me miró a los ojos... pero salí a correr.
Y en este momento es cuando corro por mi vida, mi alma... Por Dios no quiero morir en un cementerio, aunque práctico sí que es, todo hay que decirlo. Aquella persona corría, bueno, volaba hacia mí porque los pies casi no rozaban el suelo. En cuestión de pocos segundos sentí la pistola tras de mí.
-Agáchate -dijo una voz distorsionada.
Hice lo propio más por miedo que cortesía.
Y aquí se acabó la broma. Ya no pensaba en sexo ni nada de eso... mi vida pasó por delante de mis ojos. Sí, un cine que me enseñaba las escenas más bonitas y más horribles de mi vida, como los resúmenes baratos que hacen las series antes de comenzar un capítulo. Ahí estaba yo, sóla ante el peligro, con la pistola besando mi cuello y una persona dispuesta a segar mi vida. ¡Con lo bien que estaba yo en casa! Con razón dice la curiosidad mató al gato.
En fin, sea como sea, no me atreví a mirar y no sabía si era hombre o mujer... y que me perdonen pero yo tenía que saberlo. Quise volverme pero la pistola me besó con más fuerza y entonces decliné la oferta, no quería tentar a la suerte.
-Tú me robaste algo y ahora vas a pagarlo.
-¿Pero qué dices?
-Vas a pagarlo. O mejor dicho, alguien muy querido va a pagar lo que hiciste...
-No, no, eso no.
La broma ya no era tal. Yo podía morir... era mala, me emborrachaba y pensaba que mi marido era un asco; bueno en la cama, como he dicho, pero un asco. Como un consolador al que tienes que darle cariño además. Pero atacar a alguien que quería, y sí pensé también en mi marido, era otra cosa.
Escuché un disparo y me cubrí la cabeza gritando y sollozando. La figura desapareció a lo lejos y entonces vi claro que aquellas caderas, esos movimientos... sin duda era una mujer.
Y allí, rodeada de tumbas, me di cuenta que mi aventura sólo había comenzado y que lo que yo creía que era el fin tan sólo era el principio...

[Pues bien, aquí tenéis el tercer capítulo, espero que os guste. Comentadlo, bye]

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Mensaje  Penélope Aldaya Dom Oct 18, 2009 7:14 pm

Tengo curiosidad por saber quien es esa mujer y por qué quiere hacerle tanto daño. A ver si en la próxima entrega se nos desvela alguna pista. Question Question Question Question
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Mensaje  Invitado Lun Oct 19, 2009 11:41 pm

Penélope Aldaya escribió:Tengo curiosidad por saber quien es esa mujer y por qué quiere hacerle tanto daño. A ver si en la próxima entrega se nos desvela alguna pista. Question Question Question Question

Jaja, al menos espero que eso no se sepa hasta el final o si no la historia no estaría muy bien hecha. Aquí un nuevo capítulo, el cuarto ya...

Capítulo 4 - El deber de matar


Tengo que decir una cosa a favor de las situaciones cercanas a la muerte, si sobrevives claro está. Después de haber dicho adiós a La Parca en sus propias narices te quedas como relajada, como si hubieras pasado horas en un spá a base de duchas calientes y masajes de chocolate. Sí, estaba rodeada de tumbas, no era una situación idílica pero al menos estaba viva. Lo que es lo mismo, estás rodeada de muertos pero al menos no eres uno de ellos.

Me levanté como pude, retiré la tierra de mis cabellos y caminé hasta la salida del cementerio, dejando atrás completamente aquella oscura pesadilla. Pero, ¿qué le iba a decir ahora a mi marido? Hola cariño, he estado en el cementerio, una mujer me ha querido matar pero estoy bien... no te preocupes. Sin duda, le debía una explicación pero no quería que supiera nada. Una vez en el coche respiré más calmada, es en ese momento cuando tu cuerpo se pone a temblar, te abandona la adrenalina y tienes miedo. Las piernas no podían permanecer quietas y mis manos parecían bailar al ritmo de una música imaginaria. Como la atmósfera no estaba suficientemente cargada escuché el sonido estridente de mi móvil. Era mi marido, seguro que se preguntaba dónde demonios estaba.

-¿Dónde demonios estás? -Conoceré yo a mi marido.
-Es que recordé que tenía una cita con mis amigas.
-Pero si acababas de estar con ellas.
¡Mierda! ¿Por qué no pensaba las cosas antes de decirlas?
-No, esta ha sido sólo con Elena, pero ya vuelvo a casa, no te preocupes.
-No, es sólo que... Lucía no ha venido hoy a casa.
-Quizás se ha quedado en casa de su amiga, hay que darle un poco más de espacio.
-No, no lo entiendes... ya he llamado a su amiga y... dice que salió hace una hora de su casa -la voz de mi marido empezó a temblar.
Y yo también temble.
-¿Entonces dónde está?
-¡Cómo quieres que lo sepa, si lo supiera no te habría llamado!
El silencio en la línea era desesperante.
-Lo siento cariño -me dijo-, no quería gritarte. Ven a casa, por favor, estoy preocupado.
Y así lo hice, discurrí por la carretera como un alma sin dueño y simplemente entré en casa como si la razón de ser de toda mi existencia se hubiera... evaporado.
Mi marido me esperaba en el salón, sentado en el sofá, cruzando las piernas una y otra vez... la cosa no pintaba nada bien.
-¿Ha llamado? -le pregunté.
-Aún no.
-Voy a mirar en su habitación, quédate aquí por si llama.
Subí hasta su habitación y lo encontré todo tal y como estaba. El teléfono sonó de nuevo, número privado.
-¿Sí?
Un sonido como de estática me llegó hasta el teléfono.
-Tengo a tu hija... -era una voz distorsionada-... si quieres verla tendrás que hacer algo por mí. Primero, no llames a la policía ni a tu marido, esto es algo entre tú y yo.
-Tú eres...
-Yo no soy nadie, ¿entiendes? Ahora haz lo que te digo y nadie saldrá herido... dime que lo has entendido.
-Sí.
-Bien, hay una persona de la que quiero que te encargues. No te será un problema ya que ni siquiera puede defenderse.
-¿Cómo dices?
-Lo has oído perfectamente, ve al coche y te daré más instrucciones.
-Pero...
-¿No has dicho que estabas dispuesta a cooperar? -gritó.
-Sí, sí, ahora mismo bajo.
Bajé las escaleras con pesadez y tuve que mentir de nuevo a mi marido.
-Cariño, me ha llamado Elena, dice que me he dejado allí la cartera. Voy a ir a por ella y de paso le pido ayuda.
-¿Y qué va a hacer ella?
-Quizás conozca a alguien que pueda ayudarnos, tú quédate aquí y no te preocupes.
-Es nuestra hija... ¿cómo quieres que no me preocupe?
-Está bien, pero quédate por si viene, ¿de acuerdo?
-Bien, me quedaré aquí.
Suspiré con alivio. Sin saber como me encontraba frente a mi automóvil dispuesta a hacer algo por mi hija.
-¿Qué tengo que hacer?
-Tendrás que matar.
-No, no puedo hacerlo.
-Yo sí puedo... y tengo aquí algo muy valioso, ¿o acaso no lo es tanto para ti?
-Sí, sí lo es. ¿Por qué haces esto?
-Ahora no es el momento de los porqués, es el momento de actuar. Tu hija cada vez está más cerca de la muerte. Apunta esta dirección.
Cogí un bloc de mi bolso y apunté la dirección, la calle estaba a unos escasos quince minutos.
-Ve hacia allí y te llamaré de nuevo.
Así lo hice, conduje con rapidez hacia mi destino, saltándome semáforos en verde y sin respetar señal alguna... mi hija era el objetivo que tenía que seguir, y no podía haber obstáculo alguno.
Y allí me encontré, frente a la casa de alguien, una persona a la que tenía que asesinar, y sin siquiera tener fuerzas para hacerlo.
El teléfono sonó de nuevo.
-La llave está en la cerradura y dentro, en la mesilla, hay una pistola.
-Pero yo...
Había colgado.
Efectivamente, en la cerradura estaba la llave que giré lentamente, deseando que no abriera aquella puerta para tener una excusa... pero no fue así. La puerta se abr¡ó limpiamente y, como me había dicho, la pistola estaba en la mesilla de la derecha. La cogí con recelo y me interné en la casa, rodeada de oscuridad y silencio. Desde una habitación se escuchaban unos sollozos y se veía algo de luz por la rendija.
El teléfono sonó de nuevo.
-Mátala y tu hija seguirá viva. No la mires, sólo hazlo.
Colgó de nuevo.
Me interné poco a poco en la oscuridad, sin saber siquiera si iba a ser capaz de cometer semejante delito. Pero era mi hija la que estaba en juego, y por los hijos una madre puede hacer lo que sea. Abrí la puerta y descubrí una estancia débilmente iluminada, tan sólo la llama de una pequeña vela alumbraba la habitación. Y allí estaba, una mujer anciana, atada y amordazada en una silla. No vi su cara, estaba vuelta de espaldas. Me acerqué a ella con lentitud y escuché aún más sus sollozos, que se intensificaban a cada paso. Le quité el seguro a la pistola y apunté a aquella mujer, dispuesta a cambiar su vida por la de mi vástago.
Puse mi dedo índice en el gatillo y éste tembló un poco antes de intentar el disparo...
Pero no pude, era un ser humano y por mucho que quisiera a mi hija no podía arrebatarle la vida a una pobre anciana. Me retiré un poco y bajé el arma.
Después de aquello todo ocurrió muy rápido. Escuché las sirenas de la policía, miré hacia la puerta y la mujer que esa misma noche me había apuntado con un arma ahora disparó contra la anciana dejándola sin vida. Se escapó de la habitación y yo, en un segundo, me vi rodeada de policías que me decían: ¡Suelte la pístola y tírese al suelo! Así lo hice... Desde mi posición pude ver la sangre de la mujer y el cuerpo sin vida; sin duda, me había metido en un buen lío.

[Y bien, este es el cuarto capítulo ya, espero que os esté gustando. Muy pronto, otro más. ]

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Mensaje  Penélope Aldaya Dom Nov 08, 2009 3:41 pm

Está muy emocionante, supongo que no podrán culparla porque el arma que disparó no era la suya y una vez que analicen el casquillo sabrán que no ha sido con su pistola, ahora del mal trago del interrogatorio no la libra nadie. affraid affraid affraid
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