EL CEMENTERIO DE LOS LIBROS OLVIDADOS
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La abadía - Libro [Entrega semanal].

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Mensaje  Invitado Dom Sep 27, 2009 11:01 pm

CAPÍTULO 1


Año 1292 de nuestro señor. El viento azota con fuerza la abadía mientras yo me recluyó en el scritorium, con la sola compañía de mi silecio, mientras escribo lo que ocurrió hace tan sólo un mes en el sagrado seno de nuestra hermandad. Soy Godolfredo, abad de todos mis hermanos; una encomendación que he llevado a lo largo de los años con la ayuda de nuestro amoroso señor, loado sea por toda la Tierra.

Ahora estoy viejo, y cansado, pero os aseguro que mis ojos han tenido que ver las cosas más horrendas que el inicuo ha maquinado y además las más bellas creaciones que nuestro Señor creó para nuestro deleite. He escuchado los mejores secretos, he bendecido a reyes y nobles, he condenado la herejía; toda mi vida he estado a las ordenes de nuestro Dios. Y no me pesan los años, sin embargo, porque durante mi vida he hecho lo que debía, según los mandatos de nuestra santa madre iglesia.

La luz titila débilmente, emitiendo su luz efímera a través de la grandiosa estancia que llenaría las pesadillas de los más pequeños y que para mí es simplemente la casa que siempre he conocido. Mi visión no es tan buena como lo era antes, pero aún puedo deleitarme en las palabras de la Biblia y congraciarme de las historias hermosamente contadas y del conocimiento que emana de tan sagrada escritura. Alzo la cabeza al escuchar un ruido, temeroso de que alguien observe mi trasnochar; pero sólo es el ulular de una paloma que sumada al silencio de la noche hace temblar al más valeroso de los caballeros.

Dejadme que os cuente una historia, tan simple como la vida que nos rodea y, sin embargo, tan amarga que quiero dejar constancia de ella para las sucesivas generaciones. Intentaré, en la medida de lo posible, regirme a los hechos y no dar juicios de opinión ahora que sé todo lo que ha ocurrido. Sin embargo, no puedo esconder el miedo que recorre mi cuerpo al dejar libertad para que esta historia discurra por vuestras mentes pudriendo quizás los más puros cimientos que la protegen.

La historia, aquella que me hizo dudar hasta de mi propia fe, comienza una noche como hoy, tan sólo unos meses atrás, donde el viento y el frío acompañaron nuestro sueño...

Dormía plácidamente en mi catre, soñando con las llaves de San Pedro y del cielo que todos tenemos como recompensa, cuando unos leves toques en la puerta causaron mi desvelo. Me incorporé raudo y vestí enseguida mi túnica que rozó mi piel hasta llegar a los tobillos. No quería hacer esperar mucho al hermano así que me acerqué a la puerta y la abrí, causando un chirrido a causa de los goznes al girar...

-¡Genaro! ¿Qué haces aquí tú a estas horas? Aún no es el oficio de maitines...
Genaro era un joven de veinticinco años que había ingresado recientemente en nuestra hermandad. Tenía fama de ser cariñoso y amable, y sus ojillos azules junto con la finura de sus labios no animaban a pensar lo contrario. Su complexión era de un simple chiquillo y su finísimo pelo rubio lo hacían poseedor de una belleza angelical que en el mundo terrenal, si no hubiera recibido la llamada del señor, hubiera sido muy apreciada.
-¡Padre tiene que venir! Ha ocurrido una terrible desgracia, ¡una desgracia!
El hermano rompió a llorar y pese a que el contacto estaba estrictamente prohibido en la abadía por temor a caer en un pecado carnal me permití abrazarle. Entonces me percaté de que tenía la parte baja de su vestimenta manchada de sangre y que temblaba de principio a fin.
-¡Cuéntame qué ha pasado! -dije separándolo de mí- ¿por qué llevas sangre en el hábito?
Me asusté sobremanera al ver la expresión de sus rostro; expresaba puro terror además de agonía.
-Es el hermano Alfonso -respondió entre sollozos- ¡ha muerto!
Comenzó a llorar otra vez y, aunque le pedí que se calmara, se alteró aún más. No me quedó más remedio que cogerlos de los hombros y propinarle una buena bofetada que lo dejó unos segundo traspuesto. Sus ojos azules, inundados en lágrimas, infundieron en mí la más grande de las misericordias. Con paso decidido me alejé de él, dejando que volviera en sí, en dirección a la alcoba de Alfonso. La puerta estaba abierta y una vela iluminaba con bastante precisión toda la estancia. El reguero color carmesí salía de la parte de atrás de la cabeza, pero ya había empapado toda la vestimenta y el suelo parecía fuego. Estaba recostado boca abajo y en la habitación no había nada fuera de lugar, excepto el catre vacío en el que seguramente descansaba el hermano antes de ser atacado. Pero, ¿quién podía haber hecho algo así? Y una pregunta, como surgida de la más profunda oscuridad de mi alma embargó todo mi ser... ¿qué hacía el hermano Genaro a esas horas en la estancia de Alfonso? ¿Y qué hacía la luz encendida?

Demasiadas preguntas rondaban mi cabeza y muchas más rondarían los días sucesivos, cuestiones incluso de mi propia fe...

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Mensaje  Invitado Lun Oct 12, 2009 4:05 pm

CAPÍTULO 2


Me recogí mi hábito para que no se mancillara con el alma de Alfonso, que caía desparramada sobre el suelo de su habitación. Me acerqué a su cuerpo y palpé con precisión su cuello con la esperanza de encontrar algo más que el silencio que rodeaba mi mundo; pero no fue así, el hermano estaba muerto y con él la tranquilidad de toda nuestra abadía. Claramente era un asesinato, una muestra cruel en la que alguien le había arrebatado a Alfonso el derecho a vivir; derecho que sólo podía quitar nuestro Señor. Miré a mi alrededor y todo parecía estar en su sitio excepto el crucifijo de metal que todos teníamos sobre nuestra cama y que en este caso se encontraba obscenamente tirado en el suelo como si de un objeto vulgar más se tratase. Con el mayor de los respetos me acercé al objeto de veneración y lo así con fuerza, percatándome de que estaba cubierto de sangre. ¿Qué clase de hereje podía haber matado con el sagrado instrumento de tormento de nuestro Señor Jesucristo? Ardería en el infierno por ello, a no ser que suplicara misericordia. Como estuviera poseido abandoné la estancia con rapidez y me dirigí con premura hacia la cocina que se encontraba en la planta baja. Mis pies tropezaron en un escalon y por poco doy con mi cuerpo en el suelo, pero gracias a Dios salí victorioso y alcancé la cocina. Una vez allí, en la oscuridad reinante, busqué con el tacto una tinaja y la llené del agua que contenía un gran balde. Miré la forma del crucifijo en la oscuridad y recé pidiendo perdón a Dios por lo que había pasado antes de lavar con delicadeza la sangre que cubría la cruz.

Una vez limpia subí a la habitación de Alfonso y encontré a Genaro a su lado, acariciando su cabello y llorando como si la vida se le fuese en el empeño. Me quedé uno segundos sin saber qué hacer hasta que me percaté de que tenía la cruz en mi mano. Como si él no estuviera en la habitación puse el crucifijo en su sitio y me acerqué al cuerpo sin vida.
-¿Por qué? -preguntó Genaro, más para sí mismo que para mí.
-No llores ahora Genaro, avisa al subprior de que será él el que tenga que oficiar la misa. Así tendrás algo que hacer.
Me permití acariciar su cabello y él lo agradeció. Con una sonrisa, aún derramando lágrimas, abandonó la pieza para avisar al subprior.
Una vez solo de nuevo, me permití desnudar al hermano Alfonso para ver si tenía alguna herida, algo que me permitiera esclarecer un poco más aquel acto de crueldad suprema. Primero puse el cuerpo boca arriba y contemplé con horror que sus ojos de avellana aún estaban abiertos.

-In nomine Patris, et Filii, et Spiritus Sancti. Amen -recé mientras le cerraba los ojos.

Su rostro no era demasiado bello, pero si lo miraba con los ojos del alma te dabas cuenta de que la belleza de aquel hombre se encontraba en sus rasgos bondadosos y en la simpatía y generosidad que le acompañaban. No pude evitar preguntarme por qué, al igual que había hecho Genaro, pero tuve que dejarlo para después porque tenía trabajo que hacer.
Deslicé con delicadeza, como si aúne estuviera vivo, el hábito por sus hombros y dejé al descubierto su velludo torso y su delicado cuerpo, fruto del ayuno al que todos estábamos acostumbrados. Contemplé su cuerpo y me avergoncé un poco al verle semidesnudo, pero seguí desprendiendo el hábito hasta que el cuerpo se quedó tal y como había venido. Porque nada hemos traído á este mundo, y sin duda nada podremos sacar. Sí, San Pablo tenía mucha razón y es que al final sólo queda nuestro cuerpo, que desaparece hasta que es simple polvo.

Me levanté lentamente, la edad empezaba a hacer estragos en mi cuerpo y el vigor juvenil simplemente se estaba marchando. Una vez en pie me permití ver por completo su envoltura, la prisión del alma de Alfonso, y bajé la mirada intrigado y, por qué no decirlo, curioso por saber cómo era el aspecto de otros hombres. Lo que encontré simplemente me sorprendió, y no porque aquel hombre fuera muy distinto a mí mismo ni su cuerpo tuviera algo más o algo menos que el mío. Era más bien algo que había sido añadido.

Bajé de nuevo, cerca del cuerpo, y con mis manos tuve que tocar lo innombrable. Allí, entre sus genitales, alguien había colocado una moneda de plata. ¿Qué significaba aquello? ¿Quién lo había hecho? ¿Por qué?

Sin que tuviera tiempo para responder todas esas preguntas el subprior tosió incómodo en la puerta. Y yo estaba con las manos entre las piernas de Alfonso, más ruborizado que antes, y ante las miradas del subprior Jacinto y Genaro. No sé por qué, pero ambos me miraban con odio... pero quizás eran imaginaciones mías.

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Mensaje  Penélope Aldaya Dom Oct 18, 2009 7:08 pm

Qué situación más incomoda para Godofredo, a ver como sale airoso de ella. Yo de haber sido él me habría esperado a que viniesen los demás para hacer semejante cosa y no se me hubiese ocurrido mover el crucifico, porque luego puede que los demás no crean en su palabra. Bueno, a ver como transcurre la historia, por ahora está muy intrigante. Suspect Suspect Suspect
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